Una aldea rural que quedó atrás, mis padres agotados por su trabajo, una vida de dificultades económicas… Estos tristes recuerdos estaban marcados en mi joven mente, fueron mi primera impresión del “destino”. Cuando empecé a asistir a la escuela, la primera vez que oí a mi maestro decir que “El destino de una persona está en sus propias manos”, guardé firmemente estas palabras en mi mente. Yo creía que aunque no pudiera cambiar el hecho de que nací en la pobreza, aún podía cambiar mi propio destino a través del trabajo duro. Como consecuencia, ejercí toda mi fuerza para luchar contra mi “destino” y ganar un trozo de cielo que pudiera llamar mío.