Iglesia de Dios Todopoderoso | La palabra de Dios | Contemplando la aparición de Dios en Su juicio y Su castigo
Como cientos de millones de otros seguidores del Señor Jesucristo, nosotros acatamos las leyes y los mandamientos de la Biblia, gozamos la abundante gracia del Señor Jesucristo y nos reunimos, oramos, alabamos y servimos en el nombre del Señor Jesucristo, y todo esto lo hacemos bajo el cuidado y la protección del Señor.
Muchas veces somos débiles y muchas veces fuertes. Creemos que todas nuestras acciones están en conformidad con las enseñanzas del Señor. Se sobreentiende, entonces, que también creemos que caminamos el camino de la obediencia a la voluntad del Padre que está en el cielo. Anhelamos el regreso del Señor Jesús, la gloriosa llegada del Señor Jesús, el fin de nuestra vida en la tierra, la aparición del reino, y todo lo que se predijo en el Libro de Apocalipsis: el Señor llega y trae el desastre, y recompensa a los buenos y castiga a los malvados, y se lleva en los aires a los que lo siguen y acogen Su regreso para que se encuentren con Él. Cada vez que pensamos en esto, no podemos evitar que la emoción nos embargue. Estamos agradecidos de haber nacido en los últimos días y somos lo suficientemente afortunados de ser testigos de la venida del Señor. Aunque hayamos sufrido persecución, es a cambio de “un peso de gloria que sobrepasa todo y que es eterno”; ¡qué bendición que así sea! Todo este anhelo y la gracia que otorga el Señor muchas veces nos vuelven más formales en la oración y nos reúnen con más frecuencia. Tal vez el año que entra, tal vez mañana o tal vez incluso antes, cuando el hombre no se lo espere, el Señor de repente llegará y aparecerá entre un grupo de personas que han estado esperándolo atentamente. Todos estamos compitiendo entre nosotros; nadie se quiere quedar atrás, a fin de poder ser el primer grupo en contemplar la aparición del Señor, para ser uno de los que van a ser arrebatados. Lo hemos dado todo, sin importar el costo, para la venida de este día. Algunos han abandonado sus trabajos; algunos han abandonado sus familias; algunos han renunciado al matrimonio; y algunos hasta han donado todos sus ahorros. ¡Qué devoción tan desinteresada! ¡Semejante sinceridad y lealtad deben incluso estar más allá de las de los santos de los siglos pasados! Así como el Señor concede gracia sobre quien Él quiere, y tiene misericordia de quien Él quiere, nuestra devoción y nuestro dispendio, creemos, Sus ojos ya los han contemplado. Así, también, nuestras sentidas oraciones ya han alcanzado Sus oídos, y confiamos en que el Señor nos recompensará por nuestra devoción. Además, Dios fue misericordioso para con nosotros antes de que creara el mundo, y nadie nos quitará las bendiciones de Dios y Sus promesas. Todos estamos planeando para el futuro y damos por sentado que nuestra devoción y gasto son moneda de cambio o acciones para nuestro arrebatamiento en el aire para encontrarnos con el Señor. Es más, sin el menor titubeo, nos ubicamos en el futuro trono, presidiendo sobre todas las naciones y pueblos o gobernando como reyes. Todo esto lo damos por hecho, como algo que se espera.
Despreciamos a todos los que están en contra del Señor Jesús; al final, todos serán aniquilados. ¿Quién les dijo que no creyeran que el Señor Jesús es el Salvador? Por supuesto, hay veces en que aprendemos del Señor Jesús y somos compasivos con el mundo, porque no entienden y debemos ser tolerantes y perdonarlos. Todo lo que hacemos va de acuerdo con las palabras de la Biblia, porque todo lo que no se conforma a la Biblia es herejía y un culto inicuo. Tal creencia está profundamente arraigada en nuestras mentes. Nuestro Señor está en la Biblia, y si no nos apartamos de la Biblia no nos apartaremos del Señor; si acatamos este principio, entonces seremos salvos. Nos animamos entre nosotros, nos apoyamos mutuamente, y cada vez que nos juntamos esperamos que todo lo que digamos y hagamos sea de acuerdo con la voluntad del Señor y que el Señor lo pueda aceptar. A pesar de la terrible hostilidad de nuestro ambiente, nuestros corazones están llenos de gozo. Cuando pensamos en las bendiciones que están tan cómodamente a nuestro alcance, ¿habrá algo a lo que no podamos renunciar? ¿Algo de lo que no podamos soportar separarnos? Todo esto es implícito, y todo esto lo ven los ojos de Dios. Nosotros, el puñado de los necesitados que hemos sido levantados del muladar, somos lo mismo que todos los seguidores ordinarios del Señor Jesús: soñamos con el arrebatamiento y con ser bendecidos y gobernar a todas las naciones. Nuestra corrupción está al descubierto a los ojos de Dios, y nuestros deseos y avaricias son condenadas a los ojos de Dios. Sin embargo, todo esto sucede como si fuera tan insignificante, tan lógico, sin que ninguno de nosotros nos preguntemos si nuestro deseo es correcto, y mucho menos sin que ninguno de nosotros dudemos de la exactitud de nada a lo que nos aferramos. ¿Quién puede conocer la voluntad de Dios? No sabemos buscar o explorar o incluso no nos interesa el camino que el hombre camina. Porque sólo nos interesa si podremos ser arrebatados, si podemos ser bendecidos, si hay un lugar para nosotros en el reino de los cielos y si vamos a tener una parte del agua del río de la vida y del fruto del árbol de la vida. ¿No creemos acaso en el Señor, y no somos los seguidores del Señor, en aras de ganar estas cosas? Nuestros pecados han sido perdonados, nos hemos arrepentido, hemos bebido de la copa amarga del vino y hemos puesto la cruz en nuestra espalda. ¿Quién puede decir que el precio que hemos pagado el Señor no lo aceptará? ¿Quién puede decir que no hemos preparado aceite suficiente? No queremos ser esas vírgenes necias o uno de los que son abandonados. Más aún, oramos a menudo y le pedimos al Señor que nos guarde de que los falsos Cristos nos engañen, porque está escrito en la Biblia que, “Entonces, si algún hombre os dice: Ved, acá está Cristo, o ahí; no lo creáis. Porque aparecerán Cristos falsos y profetas falsos, y estos os mostrarán grandes signos y maravillas; de tal manera que, si fuera posible, engañarán incluso a los elegidos” (Mateo 24:23-24). Todos nos hemos aprendido de memoria estos versículos de la Biblia, nos los sabemos al derecho y al revés, y los vemos como un tesoro precioso, como vida, y como las credenciales de nuestro arrebatamiento y salvación…
Por miles de años, los vivos han muerto, llevándose con ellos sus anhelos y sus sueños, y nadie verdaderamente sabe si se han ido al reino de los cielos. Los muertos vuelven y han olvidado todas las historias que una vez ocurrieron y todavía siguen las enseñanzas y las sendas de los antepasados. Y así, a medida que los años pasan y los días transcurren, nadie sabe si nuestro Señor Jesús, nuestro Dios, realmente acepta todo lo que hacemos. Sólo esperamos un resultado y especulamos acerca de todo lo que sucederá. Sin embargo, Dios ha guardado Su silencio todo el tiempo y nunca se nos ha aparecido ni nos ha hablado. Y de esta manera deliberadamente juzgamos la voluntad de Dios y Su carácter de acuerdo con la Biblia y las señales. Nos hemos acostumbrado al silencio de Dios; nos hemos acostumbrado a medir los aciertos y las equivocaciones de nuestro comportamiento usando nuestra propia manera de pensar; nos hemos acostumbrado a usar nuestro conocimiento, nociones y ética moral para reemplazar lo que Dios nos demanda; nos hemos acostumbrado a gozar la gracia de Dios; nos hemos acostumbrado a que Dios nos ayude siempre que lo necesitemos; nos hemos acostumbrado a extender la mano a Dios para todas las cosas, y a pedirle a Dios; también nos hemos acostumbrado a seguir la doctrina, sin poner atención a cómo nos guía el Espíritu Santo; además, nos hemos acostumbrado a los días en que somos nuestro propio señor. Creemos en un Dios como este, a quien nunca hemos conocido. Preguntas tales como a qué se parece Su carácter, cuáles son Sus posesiones y Su ser, a qué se parece Su imagen, si lo conoceremos o no cuando Él venga, etc., ninguna de ellas es importante. Lo que es importante es que Él está en nuestros corazones, que todos lo esperamos, y que podemos imaginar a qué se parece. Valoramos nuestra fe y atesoramos nuestra espiritualidad. Consideramos todo como estiércol y pisamos todas las cosas bajo nuestros pies. Porque somos los seguidores del glorioso Señor, no importa qué tan largo y penoso sea el viaje, no importa qué dificultades y peligros nos acontezcan, nada puede detener nuestros pasos mientras seguimos al Señor. “Un río puro de agua de vida, clara como el cristal, brotó del trono de Dios y del Cordero. A cada lado del río estaba el árbol de la vida que tenía 12 clases de frutos y que daba frutos cada mes, y las hojas del árbol eran para la sanación de las naciones. Y no habrá más maldiciones, pero el trono de Dios y del Cordero estará ahí y Sus siervos lo servirán; y ellos verán Su rostro; y Su nombre estará grabado en sus frentes. Y no habrá noche ahí; y no necesitarán velas, ni tampoco la luz del sol; porque el Señor Dios les da luz y ellos reinarán por siempre y para siempre” (Apocalipsis 22:1-5). Cada vez que cantamos estas palabras, nuestros corazones rebosan de un gozo y satisfacción incomparables y lágrimas corren por nuestros ojos. Demos gracias al Señor por escogernos, demos gracias al Señor por Su gracia. Él nos ha dado cien veces más ahora en este tiempo, nos ha dado la vida eterna en el mundo por venir, y si nos pidiera morir hoy, lo haríamos sin la menor queja. ¡Señor! ¡Por favor ven pronto! No tardes ni un minuto más, porque desesperadamente te añoramos y hemos dejado todo por Ti.
Dios guarda silencio y nunca se nos ha aparecido, sin embargo, Su obra nunca se ha detenido. Ve todas las tierras y manda a todas las cosas y contempla todas las palabras y obras del hombre. Su gestión es conducida por pasos, y de acuerdo a Su plan. Este avanza en silencio, sin un efecto dramático, pero Sus pisadas avanzan cada vez más cerca de la humanidad, y Su tribunal se despliega en el universo a la velocidad de la luz, inmediatamente seguido por el descenso de Su trono entre nosotros. ¡Qué escena tan majestuosa es esta; qué cuadro tan imponente y solemne! Como una paloma, como un león rugiente, el Espíritu llega entre todos nosotros. Es sabio, es justo y majestuoso; Él llega entre nosotros en silencio, dueño de la autoridad y lleno de amor y compasión. Nadie está consciente de Su llegada, nadie acoge Su llegada y, más aún, nadie sabe todo lo que va a hacer. La vida del hombre sigue sin cambios; su corazón no es diferente y los días transcurren como siempre. Dios vive entre nosotros como una persona ordinaria, como un seguidor tremendamente insignificante y un creyente ordinario. Él tiene Sus propias búsquedas, Sus propias metas y, además, tiene una divinidad que ningún hombre ordinario posee. Nadie se ha dado cuenta de la existencia de Su divinidad, ni nadie ha percibido la diferencia entre Su esencia y la del hombre. Vivimos junto con Él, sin restricciones y sin temor, porque lo vemos como nada más que un creyente insignificante. Él observa todos nuestros movimientos, y todos nuestros pensamientos e ideas están expuestos ante Él. A nadie le interesa Su existencia; nadie se imagina Su oficio y, más aún, nadie sospecha quién es Él. Nosotros sólo seguimos nuestras búsquedas como si Él no tuviera nada que ver con nosotros…
Por casualidad, el Espíritu Santo expresa un pasaje de palabras “por medio” de Él, y aunque se siente muy inesperado, reconocemos que esta es la declaración de Dios y sin problemas la aceptamos como de Dios. Esto es porque, independientemente de quién exprese estas palabras, siempre que vengan del Espíritu Santo las debemos aceptar y no las podemos negar. La siguiente declaración podría ser a través de mí, podría ser a través de ti o podría ser a través de él. Independientemente de quién sea, todo es la gracia de Dios. Sin embargo, no importa quién sea la persona, no la debemos adorar porque independientemente de cualquier otra cosa, no puede ser Dios; por ningún motivo podemos escoger a una persona ordinaria como esta para que sea nuestro Dios. Nuestro Dios es demasiado grande y honorable; ¿cómo alguien tan insignificante lo podría representar? Es más, todos estamos esperando la llegada de Dios para que nos lleve de regreso al reino de los cielos y por eso, ¿cómo podría alguien tan insignificante estar calificado para una tarea tan importante y ardua? Si el Señor viene otra vez, debe ser en una nube blanca, visible para todos. ¡Qué glorioso será eso! ¿Cómo podría Él esconderse tan calladamente entre un grupo ordinario de personas?
Y sin embargo es esta persona ordinaria, que está escondida entre las personas, la que está haciendo la nueva obra de salvarnos. Él no nos aclara nada, ni nos dice por qué ha venido. Él sólo hace por pasos la obra que tiene la intención de hacer, y de acuerdo a Su plan. Sus palabras y declaraciones cada vez se hacen más frecuentes. De consolar, exhortar, recordar y advertir a reprochar y disciplinar; de un tono gentil y amable, a palabras que son temibles y majestuosas, todo infunde tanto compasión como estremecimiento en el hombre. Todo lo que dice tiene un fuerte efecto en los secretos que están profundamente escondidos dentro de nosotros; Sus palabras lastiman nuestros corazones, nuestros espíritus, y nos dejan avergonzados y humillados. Nos comenzamos a preguntar si el Dios que está en el corazón de esta persona realmente nos ama, y qué exactamente es lo que pretende hacer. ¿Será que tal vez sólo podremos ser arrebatados después de soportar tal dolor? En nuestras cabezas estamos calculando… acerca del destino que está por venir y acerca de nuestra suerte futura. Aun así, ninguno de nosotros cree que Dios se ha hecho carne y obra entre nosotros. Aunque ha estado por tanto tiempo con nosotros, aunque ya ha hablado muchas palabras cara a cara con nosotros, todavía no estamos dispuestos a aceptar a alguien tan ordinario como el Dios de nuestro futuro, mucho menos estamos dispuestos a confiarle el control de nuestro futuro y destino a alguien tan insignificante. De Él disfrutamos una provisión sin fin de agua viva, y gracias a Él vivimos cara a cara con Dios. Sólo somos agradecidos por la gracia del Señor Jesús que está en el cielo y nunca hemos puesto atención a los sentimientos de esta persona ordinaria que posee la divinidad. Él todavía hace Su obra escondido humildemente en la carne, expresando la voz de Su corazón, aparentemente insensible a que la humanidad lo rechace, al parecer perdonando eternamente el infantilismo del hombre y su ignorancia, y siempre tolerante de la irreverencia del hombre para con Él.
Sin que nosotros lo sepamos, este hombre insignificante nos ha llevado paso a paso en la obra de Dios. Sufrimos un sinnúmero de pruebas, somos sujetos a innumerables castigos y probados por la muerte. Aprendemos del carácter justo y majestuoso de Dios; disfrutamos, también, Su amor y compasión, y llegamos a valorar el gran poder y sabiduría de Dios; somos testigos de la hermosura de Dios y contemplamos el deseo ansioso de Dios de salvar al hombre. En las palabras de esta persona ordinaria, llegamos a conocer el carácter y la esencia de Dios, llegamos a entender la voluntad de Dios, llegamos a conocer la naturaleza y la esencia del hombre, y vemos el camino de salvación y perfección. Sus palabras nos hacen morir y nos hacen volver a nacer; Sus palabras nos dan consuelo, pero también nos atormentan con la culpa y un sentimiento de deuda; Sus palabras nos dan alegría y paz, pero también nos causan gran dolor. A veces somos como ovejas al matadero en Sus manos; a veces somos como la niña de Sus ojos y gozamos Su amor y afecto; a veces somos como Sus enemigos, convertidos en ceniza por Su ira en Sus ojos. Somos la humanidad que Él salvó; somos gusanos a Sus ojos, y somos los corderos perdidos que piensa noche y día encontrar. Él es misericordioso con nosotros, nos desprecia, nos levanta, nos consuela y nos exhorta, nos guía, nos esclarece, nos castiga y nos disciplina, y hasta nos maldice. Se preocupa por nosotros noche y día, nos protege y cuida de nosotros noche y día, nunca se aparta de nuestro lado, nos dedica todo Su cuidado y paga cualquier precio por nosotros. Con las palabras de esta pequeña carne ordinaria, hemos gozado la totalidad de Dios y contemplado el destino que Dios nos ha concedido. Pero a pesar de esto, la vanidad todavía acecha dentro de nuestros corazones, y todavía seguimos indispuestos a aceptar activamente a una persona como esta como nuestro Dios. Aunque nos ha dado tanto maná, tanto para disfrutar, nada de esto puede usurpar el lugar del Señor en nuestros corazones. Honramos la identidad y el estatus especiales de esta persona sólo con gran renuencia. Si Él no hablara para hacernos reconocer que Él es Dios, entonces nunca tomaríamos sobre nosotros el reconocerlo como el Dios que pronto llegará y que ha estado obrando entre nosotros por tanto tiempo.
La declaración de Dios continúa, y Él emplea varios métodos y perspectivas para advertirnos qué hacer y expresar la voz de Su corazón. Sus palabras llevan la energía de la vida y nos muestran el camino que debemos caminar y nos permiten entender cuál es la verdad. Empezamos a ser atraídos a Sus palabras, comenzamos a enfocarnos en el tono y la manera en la que habla, y subconscientemente comenzamos a tener un interés en la voz del corazón de esta persona que no tiene nada de especial. Hace esfuerzos meticulosos por nosotros, pierde el sueño y el apetito por nosotros, llora por nosotros, suspira por nosotros, se queja en la enfermedad por nosotros, sufre humillación por el bien de nuestro destino y salvación, y Su corazón sangra y derrama lágrimas por nuestra insensibilidad y rebeldía. Tal ser y tales posesiones están más allá de una persona ordinaria; ninguno de los corruptos las puede poseer o conseguir. Tiene una tolerancia y paciencia que ninguna persona ordinaria posee, y Su amor no lo posee ningún ser creado. Nadie excepto Él puede saber todos nuestros pensamientos, o tener tal conocimiento de nuestra naturaleza y esencia, o juzgar la rebeldía y corrupción de la humanidad, o hablarnos y obrar entre nosotros como lo puede este en nombre del Dios del cielo. Nadie excepto Él posee la autoridad, la sabiduría y la dignidad de Dios; el carácter de Dios, y lo que Él tiene y es, emana en su totalidad de Él. Nadie excepto Él nos puede mostrar el camino y traernos la luz. Nadie excepto Él puede revelar los misterios que Dios no ha revelado desde la creación hasta el día de hoy. Nadie excepto Él nos puede salvar de la esclavitud de Satanás y de nuestro carácter corrupto. Él representa a Dios y expresa la voz del corazón de Dios, las exhortaciones de Dios y las palabras de juicio de Dios hacia toda la humanidad. Él ha comenzado una nueva época, una nueva era, y ha traído un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva obra, y nos ha traído esperanza, y ha puesto fin a la vida que llevábamos en la imprecisión, y nos permitió contemplar plenamente el camino de salvación. Él ha conquistado todo nuestro ser y ha ganado nuestros corazones. De ese momento en adelante nuestras mentes se hacen conscientes y nuestros espíritus parecen ser revividos: esta persona ordinaria e insignificante, que vive entre nosotros y que nosotros hemos rechazado desde hace ya mucho tiempo, ¿no es el Señor Jesús, quien siempre está en nuestros pensamientos, y a quien anhelamos noche y día? ¡Es Él! ¡Realmente es Él! ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es la verdad, el camino y la vida! Él nos ha permitido que vivamos otra vez, que veamos la luz, y ha detenido nuestros corazones errantes. Hemos regresado a la casa de Dios, hemos regresado ante Su trono, estamos cara a cara con Él, hemos presenciado Su rostro, y hemos visto el camino que está por delante. Ahora, Él ha conquistado nuestros corazones por completo; ya no dudamos quién es Él, ni nos oponemos a Su obra y Su palabra, y nos postramos completamente ante Él. No queremos otra cosa que seguir las pisadas de Dios por el resto de nuestras vidas, y ser hechos perfectos por Él, y recompensarle por Su gracia, y recompensar Su amor por nosotros, y obedecer Sus órdenes y disposiciones, y cooperar con Su obra, y hacer todo lo que podamos para completar lo que Él nos confíe.
Ser conquistado por Dios es como una lucha de artes marciales.
Cada una de las palabras de Dios golpea nuestro punto mortal y nos deja doloridos y temerosos. Él revela nuestras nociones, revela nuestras imaginaciones, y revela nuestro carácter corrupto. Sus palabras revelan nuestra naturaleza y esencia por medio de todo lo que decimos y hacemos, y por cada uno de nuestros pensamientos e ideas, dejándonos humillados y temblando de miedo. Nos dice todas nuestras acciones, nuestras metas e intenciones, y hasta el carácter corrupto que nunca hemos descubierto, haciéndonos sentir que estamos completamente expuestos, e incluso haciéndonos sentir completamente convencidos. Nos juzga por nuestra oposición a Él, nos castiga porque blasfemamos contra Él y porque lo condenamos, y nos hace sentir que a Sus ojos somos inútiles, y que somos el Satanás viviente. Nuestras esperanzas se truncan; ya no nos atrevemos a hacerle ninguna demanda o intento irrazonable, y hasta nuestros sueños se desvanecen de la noche a la mañana. Este es un hecho que ninguno de nosotros se puede imaginar y que ninguno de nosotros puede aceptar. Por un momento, nuestras mentes se desequilibran y no sabemos cómo continuar en el camino que está por delante; no sabemos cómo continuar en nuestras creencias. Parece como si nuestra fe volviera a empezar desde cero, y como si nunca hubiéramos conocido al Señor Jesús y nunca nos hubiéramos familiarizado con Él. Todo lo que está delante de nuestros ojos nos deja perplejos y nos hace sentir como si estuviéramos a la deriva. Estamos consternados, estamos desilusionados, y en lo profundo de nuestros corazones hay una ira y una vergüenza que no pueden ser suprimidas. Tratamos de desahogarnos, tratamos de encontrar una salida; es más, intentamos seguir esperando a nuestro Salvador Jesús y le derramamos nuestros corazones. Aunque hay veces en las que ni somos altivos ni humildes por fuera, en nuestros corazones nos aflige un sentimiento de pérdida como nunca antes. Aunque a veces podamos parecer inusualmente calmados por fuera, por dentro soportamos mares atronadores de tormento. Su juicio y Su castigo nos han despojado de todas nuestras esperanzas y sueños, nos han dejado sin nuestros deseos extravagantes, y reacios a creer que Él es nuestro Salvador y capaz de salvarnos. Su juicio y Su castigo han abierto un abismo profundo entre nosotros y Él, y nadie ni siquiera está dispuesto a cruzarlo. Su juicio y Su castigo son la primera vez que sufrimos un gran revés y una gran humillación. Su juicio y Su castigo nos han permitido apreciar realmente el honor de Dios y la intolerancia de la ofensa del hombre, comparado a lo cual somos demasiado viles e impuros. Su juicio y Su castigo nos han hecho darnos cuenta por primera vez qué arrogantes y pretenciosos somos, y cómo el hombre nunca será igual a Dios o estará a la par de Dios. Su juicio y Su castigo nos han hecho añorar no vivir más en semejante carácter corrupto, y nos han hecho anhelar deshacernos de semejante naturaleza y esencia tan pronto como sea posible, y que Él ya no nos deteste y ni le seamos repugnantes. Su juicio y Su castigo nos han hecho felices de obedecer Sus palabras y dejar de estar dispuestos a rebelarnos contra Sus órdenes y disposiciones. Su juicio y Su castigo nos han dado una vez más el deseo de buscar la vida, y nos han hecho felices de aceptarlo como nuestro Salvador… Hemos abandonado el trabajo de conquista, nos hemos salido del infierno, nos hemos salido del valle de sombra y de muerte… ¡Dios Todopoderoso nos ha ganado, a este grupo de personas! ¡Ha triunfado sobre Satanás y ha derrotado a todos Sus enemigos!
Somos sólo un grupo demasiado ordinario de personas poseídos por un carácter satánico corrupto; somos los predestinados por Dios antes de los siglos y somos los necesitados a quienes Dios ha sacado del muladar. Hubo una vez que rechazábamos y condenábamos a Dios, pero ahora Él nos ha conquistado. Hemos recibido de Dios la vida y hemos recibido el camino de la vida eterna. No importa en dónde estemos en la tierra, y a pesar de la persecución y la tribulación, no podemos alejarnos de la salvación de Dios Todopoderoso. ¡Porque Él es nuestro Creador y nuestra única redención!
El amor de Dios se extiende como el agua de una fuente, y se te da a ti y a mí y a él y a todos los que verdaderamente buscan la verdad y esperan la aparición de Dios.
Así como la luna siempre sigue al sol, la obra de Dios nunca cesa, y se lleva a cabo en ti, en mí, en él y en todos los que siguen las pisadas de Dios y aceptan el juicio y el castigo de Dios.
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