Corriendo por el parque esta mañana, vi a una pareja que guiaba a su niño pequeño para aprender a caminar. El niño caminaba bajo la guía de sus padres. La expresión de sus padres cambiaba con cada movimiento del niño y, era feliz o nervioso. Inconscientemente, me conmovió el amor de los padres a los niños. No puedo evitar pensar en Dios. Dios está siempre a nuestro lado para guiarnos y protegernos. Así como la humanidad del principio no sabía cómo vivir, cómo ser humano, y no conocía la justicia y el mal, así también Dios dirigió a los primeros israelitas a vivir sobre la tierra y guiarlos para edificar el templo y los altares, promulgó la ley para enseñarles Cómo vivir una vida normal en la tierra. Cada paso incluye el amor de Dios, sintamos el amor de Dios juntos por medio del video "La obra en la Era de la Ley".
La palabra de Dios Todopoderoso dice :
La relevancia, el propósito y las etapas de la obra de Jehová en Israel en este tiempo eran el de iniciar Su obra en la tierra entera, la cual, tomando a Israel como su centro, paulatinamente se fue extendiendo entre las naciones gentiles. Este es el principio según el cual Él obra en todo el universo: el establecimiento de un modelo, seguido por su ampliación hasta que toda la gente en el universo haya recibido Su evangelio. Los primeros israelitas fueron los descendientes de Noé. A estas personas se les dotó solamente del aliento de Jehová y entendían lo suficiente como para ocuparse de las necesidades básicas de la vida, pero no sabían qué clase de Dios era Jehová, ni cuál era Su voluntad para el hombre, mucho menos sabían cómo debían reverenciar al Señor de toda la creación. En cuanto a si había normas o leyes que debían ser obedecidas, o si existía alguna obra que los seres creados debían llevar a cabo para el Creador, los descendientes de Adán nada sabían de tales cosas. Lo único que sabían era que el marido debía sudar y trabajar para mantener a su familia, y que la esposa debía someterse a su marido y perpetuar la raza humana que Jehová había creado. En otras palabras, este pueblo, que tenía solamente el aliento y la vida de Jehová, no sabía nada de cómo seguir las leyes de Dios o cómo satisfacer al Señor de toda la creación. Entendía demasiado poco. Así que aunque no había nada torcido ni deshonesto en sus corazones, y pocas veces surgían los celos o los conflictos entre ellos, no obstante carecían del conocimiento y entendimiento de Jehová, Señor de toda la creación. Estos antepasados del hombre sólo sabían comer y disfrutar las cosas de Jehová, pero no sabían reverenciarlo; no sabían que Jehová es el único a Quien debían adorar postrados. ¿Cómo, entonces, podían ser llamados Sus criaturas? Siendo esto así, las palabras: “Jehová es el Señor de toda la creación” y “Él creó al hombre para que este lo manifestara, lo glorificara y lo representara”, ¿no se habrían pronunciado en vano? ¿Cómo podría un pueblo sin reverencia hacia Jehová convertirse en un testimonio de Su gloria? ¿Cómo podría convertirse en manifestaciones de Su gloria? ¿No se convertirían entonces las palabras de Jehová —“Yo creé al hombre a Mi imagen”— en un arma en las manos de Satanás, el maligno? ¿No se convertirían estas palabras en una señal de humillación sobre la creación de Jehová del hombre? Para poder completar esa etapa de Su obra, después de crear a los hombres, Jehová no les instruyó ni les guio desde el tiempo de Adán hasta el de Noé. Antes bien, no fue hasta que el diluvio destruyó al mundo que Él comenzó a guiar formalmente a los israelitas, quienes eran los descendientes de Noé, así como de Adán. Su obra y Sus palabras en Israel dirigieron a todo el pueblo de Israel mientras transcurrían sus vidas en toda la tierra de Israel y, de esta manera, Jehová mostró a la humanidad que no sólo podía soplar aliento al hombre para que recibiera vida de Él y se levantara del polvo como un ser creado, sino que también podía incinerar a la humanidad, maldecirla y utilizar Su vara para manejarla. Así también vieron que Jehová podía guiar la vida del hombre en la tierra, y hablar y obrar entre los seres humanos conforme a las horas del día y la noche. Hizo esta obra solamente para que Sus criaturas conociesen que el hombre vino del polvo, recogido por Él, y hecho, además, por Él. No sólo eso, sino que la obra que comenzó en Israel se llevó a cabo para que otros pueblos y naciones (que de hecho no eran independientes de Israel, sino ramas de los israelitas y que seguían siendo descendientes de Adán y Eva) pudieran recibir el evangelio de Jehová desde Israel, para que todos los seres creados en el universo pudiesen reverenciar a Jehová y engrandecerlo. Si Jehová no hubiera comenzado Su obra en Israel, sino que habiendo creado a los hombres, les hubiese permitido llevar vidas despreocupadas en la tierra, en ese caso, debido a la naturaleza física del hombre (una naturaleza que significa que el hombre jamás podrá conocer lo que no puede ver, cosa igual a decir que no sabría que fue Jehová quien creó a la humanidad y, aún menos, sabría por qué lo hizo), jamás conocería que fue Jehová quien creó a la humanidad y que Él es el Señor de toda la creación. Si Jehová hubiera creado al hombre y lo hubiera colocado en la tierra, y simplemente se hubiera sacudido el polvo de las manos y se hubiese ido, en lugar de quedarse entre los hombres para darles guía durante un periodo de tiempo, entonces la humanidad entera hubiese regresado a la nada; incluso el cielo y la tierra y toda la miríada de cosas que Él hizo, así como toda la humanidad, hubiesen regresado a la nada y, además, hubiese sido pisoteada por Satanás. Así, el deseo de Jehová —que “Sobre la tierra, esto es, en medio de Su creación, Él tuviese un lugar donde poner Sus pies, un lugar santo”— habría sido destrozado. Así fue que, después de crear a la humanidad, Él pudo quedarse en medio de ella para guiar sus vidas y hablarles estando entre ellos, todo para realizar Su deseo y cumplir Su plan. La obra que Él llevó a cabo en Israel fue sólo para ejecutar el plan que había establecido antes de crear todas las cosas, de manera que la obra que hizo primero entre los israelitas y Su creación de todas las cosas no se contradecían, sino que ambas eran por el bien de Su gestión, de Su obra y de Su gloria, como también para profundizar el significado de Su creación de la humanidad. Él guio la vida del hombre en la tierra durante dos mil años después de Noé, tiempo durante el cual le enseñó a los hombres a entender cómo reverenciar a Jehová, el Señor de toda la creación, cómo llevar y conservar sus vidas, y ante todo, cómo actuar como testigos de Jehová, rindiéndole obediencia y reverenciándolo, incluso alabándolo con música como hicieron David y sus sacerdotes.
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