Después de aceptar la obra de Dios en los últimos días, aunque asistí a reuniones, mi corazón no estaba a menudo en ellas. En vez de eso, siempre estaba pensando en cómo hacer mucho dinero y vivir mi vida como un líder. Nunca traté la creencia en Dios seriamente. Sólo cuando me encontré a las puertas de la muerte tuve finalmente un despertar.
Septiembre es la mejor época para recoger castañas. Para aprovechar al máximo esta oportunidad de ganar dinero, una mañana llevé a mis dos hijos a la montaña para que me ayudaran en esa labor. Una vez en la montaña, subí a un castaño de más de nueve metros de altura y, de pie sobre una rama que colgaba a más de seis metros del suelo, golpeé vigorosamente al árbol con un palo de bambú para hacer que las castañas cayesen al suelo. Después de golpear el árbol durante una hora, de repente oí un chasquido e instantáneamente me di cuenta de que la rama sobre la que estaba parado se había roto. Pensé para mí mismo: Estoy perdido. Hay rocas a ambos lados y estacas de bambú rotas. Ya sea que caiga en las rocas o en las estacas de bambú, moriré... Mientras caía con la rama, me apresuré a pedirle a Dios que me salvara. Caí en un pedazo de tierra sin rocas ni estacas de bambú, pero mi cabeza golpeó la rama que se había roto, y fui golpeado por un estallido de dolor. Me costaba respirar y me sentía sofocado. Mi mano derecha comenzó a hincharse mucho y se entumeció. Lentamente, levanté mi mano y mi pierna izquierda y descubrí que todavía podía moverlas. Todo lo que pude oír en ese momento fue a mis dos hijos llorar y gritar: “¡Papá! Papá se ha caído del árbol...” Al escuchar los lamentos de mis hijos, quise responder, pero no pude emitir ningún sonido. Me apresuré a elevar una oración a Dios: “Oh Dios, ahora me he caído de un árbol y tengo miedo de morir. Me siento muy angustiado y débil. ¡Por favor, dame fe!” Después de orar, pensé en las palabras de Dios “¡Dios Todopoderoso es un médico lleno de poder! […] Si aún tienes aunque sea un aliento de vida, Dios no te dejará morir”. Sí, pensé. Dios es un Dios todopoderoso; Él gobierna sobre todas las cosas y controla los destinos de la humanidad. Debo tener fe en Dios, porque mi vida y mi muerte están en Sus manos. Si no es mi hora todavía, entonces Dios no me dejará morir si solo me queda un respiro... Las palabras de Dios me dieron esperanza y valor, y el temor que sentía en mi corazón se aplacó enormemente.
Entonces, mi familia me llevó al Hospital Popular del Condado. Después de examinarme, el médico vio que yo estaba en mal estado y me dijo que me trasladaría al hospital municipal. Aunque no podía hablar, mi mente aún estaba muy clara, y cuando me dijo esto, sentí mucho miedo y seguí clamando a Dios. Más tarde, mi familia me trasladó al hospital municipal. Para entonces, ya eran más de las cinco de la tarde. Después de conocer mi condición, el doctor dijo: “Este paciente fue herido a las diez de la mañana y ya son más de las cinco de la tarde. Está en estado crítico y no podemos tardar más. ¡Rápido, vayan y paguen la tarifa de hospitalización!”
Alrededor de una hora después, llegaron los resultados del examen. El médico los revisó y luego le dijo a mi esposa: “Su marido está en una condición muy crítica. Tiene sangrado en el cerebro, y una vez que la sangre se coagula y bloquea los vasos sanguíneos, podría morir en cualquier momento. También tiene una fisura delgada en las vértebras cervicales derechas, una luxación posterior del cuello y un fragmento de hueso roto en la parte posterior de su cráneo que está presionando un nervio importante. Si este fragmento de hueso se mueve un centímetro hacia abajo, su marido morirá”. El médico le pidió a mi esposa que firmara un formulario y le dijo: “Si quiere que sigamos tratándolo, entonces tendrá que firmar este formulario para demostrar que usted entiende la gravedad de la condición de su esposo...”. Sentí mucho dolor y desesperación cuando le oí decir esto. Si un vaso sanguíneo se bloqueara, entonces mi vida terminaría; nuestras vidas humanas son verdaderamente muy frágiles e insignificantes. Aunque yo estaba mal, si no hubiera sido por la maravillosa protección de Dios ese día, entonces habría muerto allí mismo bajo ese árbol. Al pensar en esto, y con sentimientos de gratitud y autorreproche, le dije una oración a Dios: “¡Oh, Dios! Aunque creo en Ti, no te conozco. Cada vez que asistí a las reuniones, mi corazón no estaba allí, y cada vez que leía Tus palabras, me limitaba a cumplir con las formalidades y les daba una lectura superficial, y en vez de eso solo pensaba en cómo hacer dinero. Hoy caí de un árbol muy alto y no morí, todo por Tu gran protección. No me trataste de acuerdo a mi rebeldía, sino que me salvaste con un corazón misericordioso y perdonador, dándome la oportunidad de arrepentirme. ¡Oh Dios! Me has dado mi vida, y ya sea que viva o muera, la pongo en Tus manos. Deseo someterme a tus arreglos”.
Una vez que fui admitido en el hospital, el médico me insertó un tubo de goteo que me ayudaría a detener el sangrado y a nutrir mi cuerpo al mismo tiempo. Esa primera noche, la sangre que se coagulaba en mi cerebro salió de mi boca, y usé diez rollos de papel higiénico en una sola noche. El día siguiente fue el Día Nacional de China y el médico que me atendía se tomó tres días de vacaciones. Durante estos tres días, la sangre siguió saliendo de mi boca. Al cuarto día, el médico vino de nuevo a examinarme. Las pruebas mostraron que aún tenía sangrado en el cerebro, y él me dijo que yo aún no estaba fuera de peligro. Me examinó otra vez una semana después del accidente. Cuando miró los resultados, sacudió la cabeza y dijo: “Te hemos dado los medicamentos que deberías tomar, pero aún no hemos podido detener el sangrado en tu cerebro. Todavía estás en estado crítico. Los otros médicos que te atienden y yo hemos estado discutiendo tu caso y no hay nada más que podamos hacer por ti. Tu mejor opción es que te transfieran a otro hospital”. Mientras escuchaba lo que el doctor decía, mi esposa no sabía qué hacer para que yo mejorara. Tenía miedo de que me muriera, así que exigió al médico que me operara. El doctor dijo: “Su marido no puede ser operado en este momento. Su cabeza es como una cáscara de huevo rota. Todo lo que podemos hacer es ponerle inyecciones para detener la hemorragia y nutrir su cuerpo. Operarlo sería demasiado peligroso”. Las palabras del doctor vinieron como un rayo desde la nada. Había pasado una semana y aun así yo no estaba fuera de peligro. ¿Podría ser posible que no me curara? ¿Es así como dejaría este mundo? Pero luego pensé en todo lo que había sucedido desde el accidente. Había pasado una semana y los médicos me habían dicho muchas veces que yo estaba en estado crítico y que podía morir en cualquier momento. Y, sin embargo, había llegado hasta aquí y aún no estaba muerto, ¿no había presenciado ya el gran poder de Dios? En ese momento, me di cuenta de la poca fe que tenía en Dios. El hecho de que yo viviera o muriera no dependía de los médicos, sino de Dios. Como dicen las palabras de Dios: “Desde hoy, permitiré que todas las personas empiecen a conocerme a Mí, el único Dios verdadero que lo creó todo, [...] quien controla y dispone todas las cosas, el Rey que está a cargo del reino, Dios mismo, quien dirige el cosmos; más aún, el Dios que controla la vida y la muerte de los seres humanos, quien tiene la llave del Hades”. Sí, pensé. Dios estaba a cargo de mi vida y de mi muerte, y a menos que Dios lo permitiera, no perdería mi vida sin importar el peligro que corriera. En ese momento, mi fe en Dios aumentó un poco. Sin importar lo que pasara, yo quería recurrir a Dios y buscarlo.
Después de eso, me examinaron cada tres días. Cada vez que lo hacían, solo tenía que mover la cabeza un poco y la herida de mi cabeza que acababa de empezar a sangrar se abría y sangraba de nuevo, y yo sentía un dolor tremendo. Ningún analgésico que tomé tuvo efecto. El undécimo día, el médico dijo que yo todavía tenía sangrado en el cerebro y que estaba en una condición muy crítica. Nos pidió de nuevo que me trasladaran a otro hospital lo antes posible.
Mi esposa vio que cada vez que yo hacía el menor movimiento con mi cabeza, comenzaba a sangrar de nuevo y sentía un dolor tremendo. Si me sacudían de camino a otro hospital, entonces ella temía que yo muriera en el camino, y por eso dudaba en acceder a la petición del médico. Me puse muy agitado y sentí que la muerte me llamaba a cada momento cuando ella me habló de sus preocupaciones. También me preocupaba que, como seguía sangrando y no podía ser operado, mi estado empeoraría aún más si me trasladaban al hospital provincial, que estaba tan lejos. Cuanto más lo pensaba, más angustiado me sentía, así que le dije una oración a Dios en mi corazón: “Oh Dios, mi condición es grave en este instante y estoy en constante peligro de morir. Me siento muy dolorido y acorralado. Los médicos de aquí no se atreven a tratarme y han pedido que me trasladen a otro hospital. Oh Dios, me siento muy ansioso y asustado en vista de esta situación. No entiendo Tu voluntad y no sé cómo vivir esta situación. Por favor, dame Tu guía. Quiero actuar de acuerdo a Tu deseo”. Entonces pensé en las palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar sin preocupación. Si el hombre tiene pensamientos de duda y de temor, es un engaño de Satanás. Él teme que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios. Satanás diseña todos los medios posibles para enviarnos sus pensamientos; siempre debemos orar para que la luz que Dios brille sobre nosotros, y siempre debemos confiar en Dios para purificarnos del veneno de Satanás. Siempre debemos practicar en nuestros espíritus el acercarnos a Dios. Debemos permitir que Dios domine todo nuestro ser”. Las palabras de Dios me dieron fe y me di cuenta de que toda mi ansiedad y preocupaciones se debían a las perturbaciones de Satanás. Satanás quería usar mi condición para derribar mi fe, para hacerme vivir en un estado de inquietud y para que yo perdiera mi fe y rechazara a Dios. Todo era un engaño de Satanás. Habían pasado más de diez días desde el accidente y la sangre en mi cerebro seguía saliendo. Pero yo no solo no había muerto, sino que en realidad había estado siempre muy consciente: ¿no era esta la maravillosa obra de Dios? El doctor estaba diciendo ahora que yo todavía estaba en peligro, y esto era una prueba para ver si yo tenía o no verdadera fe en Dios y si confiaba o no verdaderamente en Él. Tenía que evitar caer en la tentación de Satanás, y llegué a estar dispuesto a recurrir a Dios y a buscarlo, y a no perder mi fe en Él. Decidí confiar totalmente mi vida y mi muerte en las manos de Dios y someterme a Su soberanía. Al final, decidimos que no me trasladaran al hospital provincial.
Posteriormente, mi esposa a menudo mojaba una toalla con agua caliente salada y la aplicaba a mi mano derecha lesionada. Poco a poco, los coágulos de sangre en mi mano desaparecieron y el dolor no fue tan intenso. El duodécimo día, mi esposa mojó una toalla y me la puso en la cabeza como una compresa caliente. Había hecho esto durante dos días, los coágulos de sangre en mi cabeza finalmente comenzaron a dispersarse debido al calor, y el dolor en mi cabeza disminuyó lentamente. Esa noche, empecé a sentir un poco de hambre y logré comer un tazón de sopa. No había comido nada, pues había tenido mucho dolor desde que me internaron en el hospital, y ver cómo mejoraba un poco mi condición hizo que mi esposa se sintiera muy feliz. En la mañana del decimotercer día, mi hermano mayor llevó mis escáneres al hospital provincial, se los mostró a cuatro médicos que trabajaban allí y les explicó mi condición. Todos los médicos dijeron: “Llevamos veinte años viendo pacientes y es la primera vez que nos encontramos con un paciente como este. Es un milagro que no haya muerto después de una lesión tan grave en la cabeza. Realmente debe tener a alguien que lo cuide”. Cuando escuché esto, seguí dando gracias a Dios en mi corazón.
Después de estar diecisiete días en el hospital, el médico vio que mi condición ya no era crítica y me pidió que regresara al hospital del condado para recibir tratamiento continuo. Sin embargo, después de que me dieron de alta del hospital, no fui al hospital del condado ni me puse inyecciones nutricionales. Pagué algunos cientos de yuanes por una receta de medicina occidental para llevar a casa y mi esposa me hacía sopa de hueso de cerdo todos los días, y de esta manera, me cuidó hasta recuperar la salud en casa.
Mientras me recuperaba de mis heridas, pensé en un hombre que había estado en la misma sala que yo y que solo tenía cuarenta y tantos años. Cuando estrelló su coche, pudo llamar a su familia y, después de llegar al hospital, se sometió a varias operaciones en su cerebro. Tenía que recibir oxígeno todos los días para poder respirar, y después de eso estaba constantemente en la UCI. Luego había un joven de treinta y tantos años que había estado en la sala junto a la mía. Se había caído y herido los nervios cerebrales. Había sido sometido a una operación fallida en su hospital local y luego trasladado al hospital municipal, pero a pesar de haber sido sometido a dos operaciones sucesivas, murió ocho días después. Yo, en cambio, me había caído de una rama de castaño a más de seis metros del suelo y también me había hecho daño en la cabeza. Mi condición había sido peor que la de ellos y, sin embargo, ahora había salido sano y salvo. Dios realmente me estaba protegiendo. Como dicen las palabras de Dios: “El corazón y el espíritu del hombre están en la mano de Dios y toda la vida del hombre es contemplada a los ojos de Dios. Independientemente de si crees esto o no, cualquiera de todas las cosas, vivas o muertas, cambiarán, se moverán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios gobierna sobre todas las cosas”. Todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, sean vivas o muertas, están bajo el control de Dios y cambian constantemente con el pensamiento de Dios. Pensé que a cada lado de donde yo me había caído había rocas y estacas de bambú. Solo había alrededor de un metro de espacio sin rocas en él y yo había caído exactamente en ese hueco. El médico había dicho que si el fragmento de hueso roto en la parte posterior de mi cráneo se hubiera movido un centímetro más abajo, entonces habría muerto. Después de mi accidente, tuve un sangrado constante en el cerebro y no había podido comer nada. Todos los médicos habían dicho que mis vasos sanguíneos podían bloquearse en cualquier momento y que no había nada más que pudieran hacer por mí. Y sin embargo, contra toda expectativa, yo había sobrevivido milagrosamente. ¿No había sido todo esto debido al gran poder de Dios? En mis experiencias, vi que Dios era muy vívido, real y que estaba a mi lado, vigilándome y protegiéndome constantemente, permitiéndome aferrarme apasionadamente a la vida. Vi que mi vida estaba controlada en las manos de Dios y esto era un hecho que nadie podía negar.
Después, leí estas palabras de Dios: “El requisito primordial de la creencia del hombre en Dios es que tenga un corazón sincero, que se entregue por completo y que obedezca realmente. Lo más difícil para el hombre es entregar toda su vida a cambio de una creencia verdadera, a través de la cual puede obtener toda la verdad y cumplir con su deber como criatura de Dios. Esto es inalcanzable para aquellos que fracasan y lo es incluso más para quienes no pueden encontrar a Cristo. Como el hombre no es bueno para entregarse totalmente a Dios, como no está dispuesto a cumplir con su deber para con el Creador, como ha visto la verdad pero la evita y camina por su propia senda, como siempre busca siguiendo la senda de los que han fracasado y como siempre desafía al cielo, por eso es que él siempre fracasa y cae en las artimañas de Satanás, atrapado en su propia red”. Las palabras de Dios fueron como una espada de dos filos que atravesó mi corazón y me hizo sentir autorreproche y culpa. Como creyente en Dios, uno debe perseguir la verdad, tener fe en Dios y adorar a Dios con un corazón honesto, realizar el deber de un ser creado y estar dispuesto a dedicarse a la obra de Dios, porque solo de esta manera puede uno ganar la alabanza de Dios y alcanzar Su salvación. Aunque yo había creído en Dios, había estado bajo el dominio de la filosofía satánica de que “el dinero es supremo”, y siempre había querido ganar más dinero y vivir como un líder. Había creído que asistir a las reuniones de la iglesia me había quitado tiempo para ganar dinero y nunca me había enfocado en leer las palabras de Dios. Resultó que no solo no gané más dinero, sino que terminé gastando la pequeña cantidad de ahorros que tenía, y si no hubiera sido por la protección de Dios, ya estaría muerto. Finalmente vi que el dinero, la fama y la fortuna eran tan transitorios como una nube en la brisa y que, si uno pierde la vida, sin importar cuánto dinero gane, no sirve para nada; solo creer en Dios, perseguir la verdad, tratar de conocer a Dios, obtener la verdad y vivir por las palabras de Dios es el camino correcto para transitar en la vida. Entonces hice una resolución silenciosa ante Dios de que mi fe en Él sería diferente de como había sido antes. Cada día, me tranquilicé ante Dios y leí Sus palabras, y oré a Dios y confié mi condición en Sus manos. Milagrosamente, después de un mes pude levantarme de la cama y caminar despacio. Más tarde, mi esposa fue conmigo al hospital para otro chequeo y los médicos y enfermeras me miraron sorprendidos. El médico de cabecera les dijo a los otros: “¡Nunca lo hubiera pensado! Creíamos que este hombre tendría muerte cerebral o quedaría paralizado. Y sin embargo, contrariamente a lo que se esperaba, ha podido venir aquí muy pronto y sin ayuda para un nuevo chequeo. Realmente es un milagro...” Al escucharlos hablar de mi caso, supe que todo esto se debía al gran amor de Dios. Dos meses después, pude hacer algunas labores en casa y cumplí con todas las tareas de la iglesia que pude manejar. Entonces, mis hermanos y hermanas de la iglesia encontraron algunas hierbas medicinales para que yo las tomara, y seis meses más tarde me había recuperado completamente y pude hacer trabajos manuales una vez más.
Cada vez que pienso en mi experiencia, me siento en deuda con Dios, y odio aún más a Satanás por usar el dinero, la fama y la fortuna para engañarme y atarme, y para hacerme rechazar a Dios. Mi vida casi se arruina por el daño que causa Satanás. Al mismo tiempo, sentí aún más el amor y la misericordia de Dios por mí, ya que me había salvado de las garras de la muerte. Tomé la resolución de buscar la verdad en serio y nunca más dejar de estar a la altura de los arduos esfuerzos a los que Dios se dedica. Ahora deseo predicar el evangelio con mis hermanos y hermanas para conducir a más personas ante Dios.
Fuente: Caminando con Jesucristo
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