“Y así lo hizo Noé; conforme a todo lo que Dios le había mandado, así hizo” (Génesis 6:22).
A partir de este versículo, se puede ver que la obediencia absoluta de Noé a Dios. No importa cómo diga Dios, él no dudó en practicar, esta era una razón importante para que Dios salve a Noé. Reflexionando desde que creí en Dios, muchas veces no he tenido la verdadera obediencia a Dios. Por ejemplo, el Señor Jesús nos exige que no juzguemos a los demás, pero a menudo decimos que esta persona es mala, o esa es falsa, etc. Podemos obedecer las cosas que se ajustan a nuestra propia voluntad, acerca de las insatisfechas, o las que no benefician nuestra carne, que no podemos obedecerlos. Tales obediencias no están en conformidad con la voluntad de Dios. Entonces, ¿cómo podemos lograr la obediencia verdadera? Echemos un vistazo el comportamiento práctico que Noé obedeció a Dios, y podríamos obtener revelación en ello. Dios Todopoderoso dice: “Cuando él hizo lo que Dios le ordenó no conocía Sus intenciones. No sabía lo que Él quería llevar a cabo. Dios sólo le había dado un mandato, le había ordenado hacer algo, pero sin proporcionarle demasiada explicación, y él siguió adelante y lo hizo. No intentó descifrar en privado los propósitos de Dios ni se resistió a Él, ni tuvo doblez de corazón. Sólo fue y actuó en consecuencia, con un corazón puro y simple. Hizo todo lo que Dios le permitió hacer; obedecerle y escucharle fueron sus convicciones para hacer cosas. Así fue como lidió de forma directa y simple con lo que Dios le encargó. Su esencia, la esencia de sus acciones, fue la obediencia, no cuestionar, no resistirse y, además, no pensar en sus propios intereses personales ni en sus ganancias y pérdidas. Además, cuando Dios dijo que destruiría el mundo con un diluvio, no preguntó cuándo lo haría ni trató de llegar al fondo de ello, y desde luego no le preguntó cómo lo iba a hacer. Simplemente hizo lo que Dios ordenó. Comoquiera que Dios quisiera hacerlo y con el medio que deseara, él siguió al pie de la letra lo que Dios le pidió y, de inmediato, emprendió acción. Lo hizo con la actitud de querer satisfacer a Dios. ¿Lo hacía para ayudarse a sí mismo a evitar el desastre? No. ¿Le preguntó a Dios cuánto faltaba para que el mundo fuese destruido? No. ¿Le preguntó a Dios o acaso sabía cuánto tardaría en construir el arca? Tampoco lo sabía. Simplemente obedeció, escuchó, y actuó en consecuencia”("La Palabra manifestada en carne").
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