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En el Apocalipsis 3:12 se registra que Dios va a tener un nuevo nombre en los últimos días, ¿lo sabes?

Han Lei

En los dos últimos milenios, los cristianos han orado, predicado, sanado enfermedades y expulsado demonios, todo ello en el nombre del Señor Jesús, con la firme creencia de que Él es nuestro único Salvador, de que sólo podemos salvarnos por medio del nombre de Jesús y de que el nombre del Señor Jesús permanecerá por siempre invariable. Tal como está escrito: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12), y “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). Yo también pensé eso siempre. No obstante, hace unos días, mientras realizaba mis devocionales vi esto en el Libro del Apocalipsis: “Al vencedor le haré una columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que desciende del cielo de mi Dios, y mi nombre nuevo. ‘El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias’” (Apocalipsis 3:12–13). De repente me llamaron la atención los dos términos “nombre nuevo” y les di una y mil vueltas en la cabeza. “¿Acaso es cierto que el Señor Jesús adoptará un nombre nuevo cuando regrese en los últimos días? No es posible, ¿verdad que no? Sin embargo, la Escritura afirma claramente que Dios tendrá un nombre nuevo y que el que tenga oído lo conocerá, oirá lo que el Espíritu diga a las iglesias. ¿Qué significa esto realmente?”. Tan perplejo como atónito, releí aquel pasaje y pensé detenidamente en él. ¡Eso es exactamente! Comprendí que eso es exactamente lo que figura en la Escritura; salió de la boca de Dios. Pensé para mis adentros: “De acuerdo con esto, cuando el Señor Jesús regrese en los últimos días, efectivamente, ¡adoptará un nombre nuevo! Ahora bien, en la Epístola a los Hebreos está escrito que el nombre del Señor Jesús es inmutable, así que ¿cómo fue posible que esta profecía del Libro del Apocalipsis afirmara que va a cambiar? ¿De qué va esto?”. Simplemente no era capaz de descifrarlo. Consulté a los pastores y ancianos y estudié numerosos libros relacionados con el evangelio, pero seguía sin hallar respuesta. En medio de la confusión me enteré de que un antiguo amigo mío, Wang Zhong, acababa de volver de un viaje misional. Estaba muy expectante, pues el hermano Wang siempre ha tenido una comprensión muy pura y es una persona reflexiva y profunda. Habíamos debatido la Biblia en muchas ocasiones y yo siempre adquiría lucidez acerca de la Escritura que investigáramos y compartiéramos juntos. Supuse que tal vez él conocería este tema, así que lo visité en cuanto pude.

En nuestro encuentro, el hermano Wang compartió gozosamente conmigo lo que había aprendido en su último viaje de predicación. Tras compartir durante un rato, hablé sin rodeos de la confusión de mi corazón. Al oírme, el hermano Wang me dijo sonriendo: “¡Gracias al Señor! Hermano Han, que a partir del Apocalipsis hayas entendido que el Señor tendrá un nombre nuevo cuando regrese es fruto, en verdad, ¡del esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo! La cuestión de por qué ha de adoptar un nombre nuevo guarda relación directa con si podremos recibir Su regreso o no. Yo tampoco lo entendía, pero en este último viaje tuve la fortuna de encontrarme con un predicador mayor y, con lo que compartió conmigo, comprendí un poco la verdad en torno al nombre de Dios. Este es el momento perfecto para que también nosotros hablemos de ello”. Me alegró mucho oírle decir esto y asentí una y otra vez. El hermano Wang me preguntó: “Hermano Han, ¿cómo se llamaba Dios en el Antiguo Testamento?”. Contesté sin dudar: “¡Jehová!”. Después me preguntó: “¿Y cómo se llamaba Dios en el Nuevo Testamento?”. Respondí: “¡Jesús!”. A continuación, el hermano Wang me preguntó: “Entonces, ¿crees que ha cambiado el nombre de Dios?”. Por un momento no supe qué replicar. Arrugué la frente y pensé: “El nombre de Dios ha cambiado en realidad. La verdad es que nunca me lo he planteado”. Luego me comentó: “Toda la comunidad religiosa ha insistido en creer que el nombre de Dios es Jesús, que sólo aquellos que creen en ese nombre pueden salvarse y que el nombre de Dios no puede cambiar jamás. Pero, de hecho, únicamente lo creemos porque no entendemos el aspecto de la verdad relativo al nombre de Dios. Hermano Han, acabas de citar Apocalipsis 3:12: ‘Al vencedor le haré una columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que desciende del cielo de mi Dios, y mi nombre nuevo’. También en Isaías 62:2: ‘Y los gentiles verán Tu justicia y todos los reyes Tu gloria: y se te llamará por un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará’*. Con estas profecías podemos estar seguros de que, cuando el Señor Jesús regrese, sin duda adoptará un nombre nuevo; ya no lo llamarán Jesús. La realidad es que el nombre de Dios en cada era no es una elección al azar; todos ellos tienen una honda relevancia. Aquel viejo predicador me dio un libro con una explicación muy clara de la verdad de los nombres de Dios. Vamos a echarle un vistazo”. Curioso, asentí para mostrarme de acuerdo y exclamé: “¡Bien!”.

El hermano Wang sacó el libro y me buscó unos pasajes para que los leyera. Leí en voz alta lo siguiente: “Algunos dicen que el nombre de Dios no cambia, ¿por qué pasó, entonces, a ser Jesús el nombre de Jehová? Se profetizó la venida del Mesías, ¿por qué vino, entonces, un hombre con el nombre de Jesús? ¿Por qué cambió el nombre de Dios? ¿No se llevó a cabo esa obra hace mucho tiempo? ¿Acaso no puede realizar Dios una nueva obra este día? La obra de ayer puede alterarse y la obra de Jesús puede seguir a la de Jehová. ¿No puede, entonces, la obra de Jesús ser sucedida por otra obra? Si el nombre de Jehová puede cambiar al de Jesús, entonces ¿no puede cambiarse también el nombre de Jesús? Esto no es extraño y las personas piensan así[a] sólo debido a su simpleza. Dios siempre será Dios. Independientemente de los cambios en Su obra y en Su nombre, Su carácter y sabiduría se mantienen siempre inmutables. Si crees que se puede llamar a Dios sólo por el nombre de Jesús, entonces sabes muy poco” (“¿Cómo puede el hombre que ha definido a Dios en sus conceptos recibir Sus revelaciones?”). “Deberías saber que, originalmente, Dios no tenía nombre. Sólo adoptó uno, dos, o muchos, porque tenía una obra que hacer y tenía que gestionar a la humanidad. Cualquiera que sea el nombre por el que se le llame, ¿no lo escoge Él libremente?” (“La visión de la obra de Dios (3)”). “En cada era, Dios hace nueva obra y se le llama por un nuevo nombre; ¿cómo podría hacer Él la misma obra en diferentes eras? ¿Cómo podría aferrarse a lo antiguo? El nombre de Jesús se adoptó para la obra de redención, ¿se le seguiría llamando por el mismo nombre cuando vuelva en los últimos días? ¿Seguiría haciendo Él la obra de redención? ¿Por qué son Jehová y Jesús uno, pero se les llama por nombres diferentes en eras diferentes? ¿Acaso no es porque las eras de Su obra son distintas? ¿Podría un solo nombre representar a Dios en Su totalidad? Siendo esto así, se debe llamar a Dios por un nombre diferente en una era diferente y Él debe usar el nombre para cambiar la era y representarla. Porque ningún nombre puede representar totalmente a Dios mismo y cada nombre sólo puede representar el aspecto temporal del carácter de Dios en una era dada; todo lo que necesita hacer es representar Su obra. Por tanto, Dios puede escoger cualquier nombre que encaje con Su carácter para representar a toda la era. Independientemente de que sea la era de Jehová, o la de Jesús, cada era está representada por un nombre” (“La visión de la obra de Dios (3)”). Estaba asombrado tras leer todo esto. Resulta que el nombre de Dios puede cambiar, pero aún no tenía muy claros los misterios al respecto, así que me apresuré a pedirle al hermano Wang que me los explicara.

El hermano Wang compartió conmigo: “Esto explica con gran claridad el sentido que tiene que Dios adopte un nombre y otros nuevos. Al principio Dios no tenía nombre. Nada más que porque quería realizar la obra de salvación de la humanidad se dio un nombre que pudiera simbolizar Su obra de esa era concreta, pero el nombre de Dios va cambiando con la obra que esté llevando a cabo. Cuando comienza una nueva etapa de Su obra emplea un nombre nuevo para cambiar de era y simbolizarla. Además, el nombre que adopta Dios en cada era sólo simboliza la obra que va a realizar y el carácter que va a expresar en esa era. Por ejemplo, en la Era de la Ley, Dios se llamaba Jehová, símbolo del carácter de majestuosidad, ira, maldición y misericordia de Dios. Jehová Dios dictó por medio de Moisés las leyes y los mandamientos con los que guio la vida de la humanidad recién nacida en la tierra, exigiendo la estricta adherencia del pueblo a dichos mandamientos y leyes. Todos aquellos que respetaban la ley de Jehová tenían Su bendición y gracia con ellos, mientras que quienes infringían Su ley tenían que hacer ofrendas por sus pecados. Si no, los lapidarían hasta matarlos o los abatiría el fuego del cielo. Quienes vivieron en la Era de la Ley percibieron el carácter inviolable de Jehová Dios y cultivaron un corazón temeroso de Él. Su conducta pasó a ser más normal y vivieron en la tierra de forma adecuada y ordenada. Sin embargo, en una fase posterior de la Era de la Ley, la gente se volvió cada vez más corrupta y sus pecados iban en aumento. Ya no eran suficientes las ofrendas en compensación por sus pecados y todo el mundo corría el riesgo de ser ajusticiado por infringir la ley. Por eso, a fin de satisfacer las necesidades de la humanidad, el propio Dios se encarnó bajo el nombre de Jesús y llevó a cabo la obra de redención. El Señor Jesús inició la Era de la Gracia y concluyó la Era de la Ley. Manifestó un carácter de amor y clemencia, dio a la gente un camino de arrepentimiento y le enseñó tolerancia, paciencia y amor por sus enemigos. También sanó enfermedades y expulsó demonios, otorgando así gracia y bendiciones en abundancia a los seres humanos. Al final, el Señor Jesús, libre de pecado, fue clavado en la cruz, crucificado en ofrenda por los pecados de la humanidad. Desde entonces, todos aquellos que creen en el Señor Jesús solamente han de orar en Su nombre para disfrutar de la gracia de Su salvación y de Sus abundantes bendiciones. Tras experimentar la obra de redención del Señor Jesús, la gente comprueba que el carácter de Dios no es únicamente de majestuosidad y condena, sino también de misericordia y amor. No sólo dicta leyes y mandamientos para guiar a la gente en la vida, sino que también es capaz de hacerse carne para obrar y hablar en medio de la humanidad. De este modo, la gente va conociendo más a Dios y acercándose cada vez más a Él. Es evidente que, en cada era, Dios realiza una obra diferente y expresa un carácter distinto, y que emplea diversos nombres para cambiar de era y delimitar cada una de ellas. Dios siempre cambia y es siempre nuevo. Su obra nunca deja de avanzar. De igual manera, el nombre de Dios ha de cambiar en los últimos días. Lo exige Su obra y es necesario para Su plan de gestión. Por eso no podemos delimitar a Dios según nuestras nociones y fantasías: ¡sería totalmente irracional!”.

Las enseñanzas del hermano Wang me ayudaron a adquirir algo de entendimiento. Supe que el nombre de Dios cambia con Su obra y que no es inmutable. Sin embargo, aún estaba perplejo, así que le pregunté: “Hermano Wang, con tus enseñanzas y estos pasajes que hemos leído, ya sé que Dios adopta un nombre nuevo para cada etapa de Su obra. Cada nombre simboliza una nueva era y una parte del carácter de Dios. Su nombre cambió de Jehová a Jesús porque iba a realizar la obra de redención de la humanidad. No obstante, la Biblia afirma: ‘Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos’ (Hebreos 13:8). Estas palabras parecen indicar que el nombre de Dios jamás cambiará; entonces, ¿cómo se explica esto? Por favor, comparte más enseñanzas conmigo”.

Sonriendo, el hermano Wang señaló: “A decir verdad, ese ‘por los siglos’ es una alusión de Dios a Su obra de la era de aquel momento. Esto es, el nombre de Dios no podría cambiar hasta la conclusión de aquella era. Tal como declaró Jehová Dios en la Era de la Ley: ‘Antes de mí no hubo Dios formado, ni lo habrá después de mí. Yo, incluso Yo, soy Jehová; y fuera de mí no hay Salvador’ (Isaías 43:10–11)*, y ‘Este es mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de mí de generación en generación’ (Éxodo 3:15). En estos pasajes de la Escritura vemos que Dios nos dijo que solamente Jehová era Dios, que Jehová era el único nombre de Dios para la eternidad. Así pues, tal como lo entendemos nosotros, el nombre Jehová no debería cambiar, pero cuando llegó la Era de la Gracia y Dios vino a obrar, ya no se llamaba Jehová, sino Jesús. A partir de entonces ya no oramos a Jehová Dios, sino al nombre del Señor Jesús. Esto evidencia que el nombre Jehová es el nombre fijado para Dios en la Era de la Ley y que, de igual modo, Jesús es el nombre fijado para Dios en la Era de la Gracia. Mientras no llegue a su fin la obra de Dios de la Era de la Gracia, Su nombre seguirá siendo Jesús. No cambiará. Ahora bien, en cuanto llegue a término la obra de Dios de la Era de la Gracia, también lo hará el nombre de Jesús. El nombre Jehová podrá pasar a ser Jesús y cuando regrese el Señor Jesús sucederá como al final de la Era de la Ley: adoptará un nombre nuevo. Vemos que lo manifestado sobre Sus nombres en esas dos eras —‘para siempre’ y ‘de mí de generación en generación’— se refería a aquellas eras concretas, no a que el nombre de Dios fuera eternamente inmutable. En otras palabras, quería decir que mientras no cambiara la era, el nombre de Dios no cambiaría, pero que en cuanto cambiara la era aquel también cambiaría. Además, el propio Dios es eternamente inmutable, lo que significa que, sean cuales sean los cambios que se produzcan en cada era, la esencia de Dios, Su carácter inherente y lo que tiene y es no cambian nunca. No quiere decir que Su nombre no pueda cambiar nunca”.

Al oír todo aquello me vino una repentina ráfaga de conocimiento. Exclamé con alegría: “¡Gracias al Señor! Ya por fin entiendo que, en la Biblia, ‘para siempre’ y ‘de mí de generación en generación’ significan que el nombre de Dios permaneció igual en aquellas eras, no que Su nombre no pudiera cambiar jamás. El nombre de Dios cambia cuando cambia Su obra; siempre cambia a la par que las eras. Es decir, cuando Dios despliegue Su nueva obra en los últimos días, sin duda tendrá un nombre nuevo”.

El hermano Wang habló: “¡Da gracias al Señor! Es maravilloso que puedas tener esta clase de comprensión. En cuanto a si cambiará o no el nombre de Dios, realmente no podemos delimitar a Dios dentro de nuestras nociones y fantasías. Según la Biblia: ‘¿Quién ha medido las aguas en el cuenco de su mano y los cielos con el palmo […]? ¿Quién ha dirigido al Espíritu de Jehová o, siendo Su consejero, le ha enseñado?’* (Isaías 40:12-13). Dios es el Señor de la creación y Su pensamiento supera al de la humanidad entera. Todo cuanto Dios hace rebosa sabiduría y cuando adopta un nombre hay sabiduría en ello. Cuando cambia de nombre, en él se encuentra, en concreto, Su maravillosa voluntad; algo que nosotros, como seres humanos, no podemos comprender en absoluto. Sólo si buscamos humildemente podemos entender el misterio que hay en ello. Ahora comprendemos que ningún nombre de Dios puede representar plenamente la totalidad de la obra y del carácter de Dios. Además, en cualquier era, la obra de Dios es únicamente una parte de Su obra y lo que Él nos revela, únicamente una parte de Su carácter. No nos ha revelado íntegramente Su obra y Su carácter, por lo que nuestro entendimiento de Dios sigue siendo limitado. Si simplemente nos aferráramos a un nombre de Dios, ¡sería muy fácil delimitar y oponernos a Dios! Igual que los fariseos, que vivían inmersos en sus nociones y fantasías, ateniéndose literalmente a la Escritura con obstinación y creyendo que cuando viniera Dios seguro que lo llamarían Mesías. Entonces, cuando vino con el nombre de Jesús para realizar la obra de redención, se negaron a aceptarlo. Aun cuando veían que las palabras y la obra del Señor Jesús poseían autoridad y poder, seguían sin buscarlas ni investigarlas, oponiéndose frenéticamente a la nueva obra de Dios. Se aliaron con el Gobierno romano para crucificar al Señor Jesús en lo que fue un pecado monstruoso que les granjeó el castigo de Dios. Por eso, en cuanto a los cambios de nombre de Dios, lo único que hay que hacer es mantener un corazón que lo venere, olvidarnos de nuestras nociones y fantasías, buscar más la verdad y sopesar las cosas de acuerdo con las palabras de Dios. ¡No podemos cometer el mismo error desastroso que los fariseos!”.

Al oír esto dije con una prolongada sensación de azoramiento: “Así es. Los fariseos eran muy arrogantes, sólo se aferraban en vano al nombre Mesías a raíz de sus nociones y fantasías, mientras se negaban a admitir que el Señor Jesús era Dios. Tampoco tenían un corazón humilde de búsqueda, sino que se oponían y condenaban disparatadamente al Señor. Por consiguiente, atrajeron para sí la catástrofe, ¡una auténtica advertencia para nosotros! ¡Demos gracias a Dios por guiarnos! Con tus enseñanzas de hoy ya doy por seguro que Dios tendrá un nombre nuevo en los últimos días. En caso contrario, es muy probable que también creyera que solamente podría llamarse Jesús. ¿Eso no sería, precisamente, delimitar a Dios según mis nociones y fantasías? Si no conocemos la verdad, como seres humanos tenemos muchas probabilidades de tomar la misma senda que los fariseos, ¡lo cual tiene unas consecuencias impensables!”. En ese momento me vino a la cabeza que, dado que Dios adoptará un nombre nuevo cuando regrese en los últimos días, ¿cuál será ese nombre? También le hice esta pregunta al hermano Wang.

Observó: “Debemos abordar nuestra fe basándonos en las palabras de Dios. Sobre todo, tenemos que seguir Sus palabras en todo cuanto tenga que ver con la obra o el nombre de Dios. De hecho, hay fundamentos bíblicos para el nombre que adopta Dios en cada etapa de Su obra. Hay profecías bíblicas acerca del nombre de Dios en los últimos días: ‘Yo soy el Alfa y la Omega —dice el Señor Dios— el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso’ (Apocalipsis 1:8). ‘Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos, que decía: ¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina’ (Apocalipsis 19:6). ‘Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no cesaban de decir: Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir’ (Apocalipsis 4:8). ‘Te damos gracias, oh Señor Dios Todopoderoso, el que eres y el que eras, porque has tomado tu gran poder y has comenzado a reinar’ (Apocalipsis 11:17). En todos estos versículos bíblicos se cita al ‘Todopoderoso’. En estas profecías vemos que, cuando regrese el Señor, el nombre de Dios pasará a ser ‘Todopoderoso’”. Dicho esto, el hermano Wang me pasó el libro. A continuación afirmó: “Si lees esto, comprenderás por qué el Señor quiere adoptar este nombre para Su regreso en los últimos días”.

Tomé el libro y leí: “La obra de Dios a lo largo de toda Su gestión es perfectamente clara: la Era de la Gracia es la Era de la Gracia, y los últimos días son los últimos días. Existen claras diferencias entre cada era, porque en cada una de ellas Dios hace una obra que representa a esa era. Para que se lleve a cabo la obra de los últimos días, debe haber fuego, juicio, castigo, ira y destrucción que pondrán fin a la era. Los últimos días se refieren a la era final. Durante esta, ¿no pondrá Dios fin a la era? Para finalizar la era, Dios debe traer consigo castigo y juicio. Sólo así puede Él poner fin a la era. […] Por tanto, durante la Era de la Ley, el nombre de Dios fue Jehová, y en la Era de la Gracia el nombre de Jesús representaba a Dios. Durante los últimos días, Su nombre es Dios Todopoderoso, el Todopoderoso, y usa Su poder para guiar al hombre, conquistarlo, ganarlo y, finalmente, concluir la era” (“La visión de la obra de Dios (3)”). El hermano Wang siguió hablando: “Dios es el Dios sabio y omnipotente y todo cuanto hace tiene pleno sentido. Lo llamarán Todopoderoso en los últimos días porque va a poner fin a la era; va a llevar a cabo la obra de clasificar a las personas por tipos, premiar el bien y castigar el mal. Por tanto, cuando regrese el Señor en los últimos días, deberá aparecerse a la humanidad con un carácter justo, majestuoso, airado e inviolable para mostrar al mundo el carácter inherente a Dios y lo que Él tiene y es. Con este carácter juzga y castiga la corrupción e iniquidad de toda la humanidad, de modo que nos salva plenamente del pecado para que podamos recobrar nuestra santidad humana original. Dios quiere que entendamos que no sólo es capaz de crear todas las cosas, sino también de gobernarlas; que Él no sólo puede ser el sacrificio por los pecados de la humanidad, sino también expresar palabras que perfeccionan, transforman y purifican al hombre; que es el Alfa y la Omega, y Sus maravillas y actos son insondables para cualquier hombre. Dios es el formidable Todopoderoso”.

La confusión de mi corazón se había aclarado totalmente para entonces. Muy conmovido, exclamé: “¡Gran verdad! Dios es el Señor de toda la creación. Es omnipotente y está lleno de autoridad. En los últimos días se nos aparecerá para revelar todo Su carácter y, según las profecías, lo llamarán Todopoderoso a Su regreso. ¡Demos gracias al Señor! Por fin entiendo los misterios subyacentes a los nombres de Dios gracias a lo que hemos hablado hoy. Tengo que compartir esta verdad lo antes posible con los demás hermanos y hermanas para que todos dejen atrás sus nociones y fantasías, escuchen la buena nueva del Todopoderoso ¡y reciban el regreso del Señor!”.

El hermano Wang replicó: “¡Doy gracias al Señor! Todo esto que sabemos ahora es fruto de la guía de Dios. Como predicadores, sin duda alguna debemos guiar a nuestros hermanos y hermanas para que conozcan la verdad y sigan las huellas del Cordero, de modo que puedan asistir a Su banquete. Esta es la comisión que el Señor nos ha encomendado”. Asentí enérgicamente con la cabeza y dije: “Pues vayamos juntos a compartir estas enseñanzas con nuestros hermanos y hermanas”.

Sonriendo, me contestó: “Estupendo, vamos”.

Juntos partimos hacia la iglesia

Nota al pie:

a. El texto original dice “que es”.

Aprender más: Estudios bíblicos cristianos

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Unas citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.


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